Estamos enfermos de soberbia, ciegos ante tanta deuda como cargamos...
No creo que haya nadie que viva sin ningún tipo de deuda económica. Pero es fácil sentirse autosuficiente y reclamar como propio el derecho a sentirse fuerte cuando ha pagado su factura, su cuenta, su hipoteca, o lo que sea.
¿De qué se va a sentir agradecido si es algo que ha logrado por méritos propios, y puede que hasta con el sudor de su frente?
Supongo que difícilmente uno se puede sentir agradecido si no reconoce tener esas otras deudas que por más que luche no podría pagar.
Estar o no estar en el mundo, sea más o menos agradable, es algo que nunca podrá saldarse. Lo mismo que morir o no en determinadas circunstancias, poder respirar, tener salud, familia, amigos,... Y otras muchísimas que pasan desapercibidas porque nos sentimos con derechos, caídos de no sé dónde.
Que te saluden, y más si es amablemente, que te respondan, con cortesía o sin ella, que te dejen pasar, en un estrechamiento por ejemplo, que te sonrían o te traten bien,... Y así un sin fin.
Son normas de civismo, de urbanidad, de educación. Se pueden llamar como se quiera, las podemos exigir como queramos y amenazar con las sanciones que queramos, pero no por eso dejan de endeudarnos.
No, no es exagerado. No lo es desde el momento en que alguien que puede tratarte mal, sin embargo, no lo hace. Alguien que puede ignorarte, te atiende, alguien que puede hacer cualquier otra cosa te ayuda, te sonríe, te acoge, o lo que sea. Desde el momento en el que vivimos en un mundo de libertad, de opciones, de múltiples variables y posibilidades, que ocurra algo y no lo contrario, fuera de tu control se vuelve motivo de agradecimiento.
Porque no, no todo se paga con dinero ni se consigue a fuerza de voluntad.
La pena, también en esto la hay, es que vivimos creyéndonos merecedores, dignos de todo lo bueno, no de lo malo por supuesto; sujetos eternos de derechos, olvidando que fueron logrados por otros a cambio de su dolor y sus vidas; incapacitados para reconocer la grandeza, nuestra pequeñez y necesidad de los demás.
Sólo desde ahí puede surgir la humildad que lleva al agradecimiento, la igualdad, el respeto.
No creo que haya nadie que viva sin ningún tipo de deuda económica. Pero es fácil sentirse autosuficiente y reclamar como propio el derecho a sentirse fuerte cuando ha pagado su factura, su cuenta, su hipoteca, o lo que sea.
¿De qué se va a sentir agradecido si es algo que ha logrado por méritos propios, y puede que hasta con el sudor de su frente?
Supongo que difícilmente uno se puede sentir agradecido si no reconoce tener esas otras deudas que por más que luche no podría pagar.
Estar o no estar en el mundo, sea más o menos agradable, es algo que nunca podrá saldarse. Lo mismo que morir o no en determinadas circunstancias, poder respirar, tener salud, familia, amigos,... Y otras muchísimas que pasan desapercibidas porque nos sentimos con derechos, caídos de no sé dónde.
Que te saluden, y más si es amablemente, que te respondan, con cortesía o sin ella, que te dejen pasar, en un estrechamiento por ejemplo, que te sonrían o te traten bien,... Y así un sin fin.
Son normas de civismo, de urbanidad, de educación. Se pueden llamar como se quiera, las podemos exigir como queramos y amenazar con las sanciones que queramos, pero no por eso dejan de endeudarnos.
No, no es exagerado. No lo es desde el momento en que alguien que puede tratarte mal, sin embargo, no lo hace. Alguien que puede ignorarte, te atiende, alguien que puede hacer cualquier otra cosa te ayuda, te sonríe, te acoge, o lo que sea. Desde el momento en el que vivimos en un mundo de libertad, de opciones, de múltiples variables y posibilidades, que ocurra algo y no lo contrario, fuera de tu control se vuelve motivo de agradecimiento.
Porque no, no todo se paga con dinero ni se consigue a fuerza de voluntad.
La pena, también en esto la hay, es que vivimos creyéndonos merecedores, dignos de todo lo bueno, no de lo malo por supuesto; sujetos eternos de derechos, olvidando que fueron logrados por otros a cambio de su dolor y sus vidas; incapacitados para reconocer la grandeza, nuestra pequeñez y necesidad de los demás.
Sólo desde ahí puede surgir la humildad que lleva al agradecimiento, la igualdad, el respeto.