sábado, 26 de agosto de 2017

Endeudados y ciegos

Estamos enfermos de soberbia, ciegos ante tanta deuda como cargamos...
No creo que haya nadie que viva sin ningún tipo de deuda económica. Pero es fácil sentirse autosuficiente y reclamar como propio el derecho a sentirse fuerte cuando ha pagado su factura, su cuenta, su hipoteca, o lo que sea.
¿De qué se va a sentir agradecido si es algo que ha logrado por méritos propios, y puede que hasta con el sudor de su frente?
Supongo que difícilmente uno se puede sentir agradecido si no reconoce tener esas otras deudas que por más que luche no podría pagar.
Estar o no estar en el mundo, sea más o menos agradable, es algo que nunca podrá saldarse. Lo mismo que morir o no en determinadas circunstancias, poder respirar, tener salud, familia, amigos,... Y otras muchísimas que pasan desapercibidas porque nos sentimos con derechos, caídos de no sé dónde.
Que te saluden, y más si es amablemente, que te respondan, con cortesía o sin ella, que te dejen pasar, en un estrechamiento por ejemplo, que te sonrían o te traten bien,... Y así un sin fin.
Son normas de civismo, de urbanidad, de educación. Se pueden llamar como se quiera, las podemos exigir como queramos y amenazar con las sanciones que queramos, pero no por eso dejan de endeudarnos.
No, no es exagerado. No lo es desde el momento en que alguien que puede tratarte mal, sin embargo, no lo hace. Alguien que puede ignorarte, te atiende, alguien que puede hacer cualquier otra cosa te ayuda, te sonríe, te acoge, o lo que sea. Desde el momento en el que vivimos en un mundo de libertad, de opciones, de múltiples variables y posibilidades, que ocurra algo y no lo contrario, fuera de tu control se vuelve motivo de agradecimiento.
Porque no, no todo se paga con dinero ni se consigue a fuerza de voluntad.
La pena, también en esto la hay, es que vivimos creyéndonos merecedores, dignos de todo lo bueno, no de lo malo por supuesto; sujetos eternos de derechos, olvidando que fueron logrados por otros a cambio de su dolor y sus vidas; incapacitados para reconocer la grandeza, nuestra pequeñez y necesidad de los demás.
Sólo desde ahí puede surgir la humildad que lleva al agradecimiento, la igualdad, el respeto.



jueves, 17 de agosto de 2017

Triste existencia

Está ese dicho que anima a disfrutar el momento porque cuando se tiene juventud no se tiene dinero, cuando se tiene dinero no se tiene tiempo, y cuando se tienen ambas cosas lo que no se tiene es juventud. 
Y solemos mirar a nuestro alrededor, o a través de las noticias, sintiendo lástima, cuando menos, de todos aquellos a los que pensamos que les falta algo para ser felices. Nos da pena aquél que está en paro, o aquél otro que se encuentra discapacitado, o enfermo,... 
Por nada del mundo querríamos estar en la piel de los que pasan fatigas, pobreza, miseria... Nos parece imposible pensar que en ninguno de esos ámbitos pueda haber un atisbo de felicidad o ilusión. 
Sin embargo, si te paras a mirar de nuevo, a reconocer, con otros ojos, caras concretas, situaciones concretas de cada una de esas grandes desgracias, rara es la vez en que no te sorprenden con una paradoja enorme. 
Ya lo dice otro refrán: "no es más rico/feliz el que más tiene si no el que menos necesita". 
Son de esas paradojas que tanto gusta usar Jesús en el Evangelio y que, como tales, tanto desconciertan, o molestan. ¡Menuda tomadura de pelo nos resultaría una dieta que nos dijese "si quieres adelgazar dedícate a comer sin parar"!
Pero con esos otros ojos, esa forma con la que solemos mirar se vuelve muy distinta. 
No es triste esa vida a la que creemos que le falta algo, sea salud, dinero,... 
La vida, ...esa que es más común de lo que parece si miramos despacio y con sinceridad, a pesar de que parezca del montón y se esconda en mil disimulos, supuestos anhelos, necesidades y pasatiempos varios,... esa que tiene de todo,... a la que no le falta nada de lo que, supuestamente, le faltan a otras para ser feliz, esa sí que es una existencia triste, desgraciada, digna de lástima. 
¿O acaso puede haber algo más triste que tenerlo todo para ser feliz y no serlo?






miércoles, 16 de agosto de 2017

Que Dios me libre de las "sí, bwana"...

Sigue estando de moda ese ataque y desprecio a las, llamadas, personas "tóxicas".
Sí, es innegable que, cuando menos, es triste y hasta desesperante, tener cerca una persona que desconfía por sistema, reniega, se presenta como víctima, es pesimista, envidiosa, etc.
Sin embargo, puedo imaginarme rebelándome contra ella, cuestionándola, sintiendo lástima, tratando de ayudarla, tratando de defenderme, o incluso ignorándola.
Lo que no consigo es enfrentar y sobrevivir a esas personas positivas hasta el extremo. Las disponibles, en teoría, para todo, optimistas hasta lo irreal, motivadas y entusiastas de todo hasta aburrir, las que yo llamo: las "sí, bwana".
Ese tipo de personas que vendería hielo a un esquimal de puro entusiasmo, pero que a la hora de la verdad...bueno, no pudo ser... y deja el trabajo duro al que no era tan optimista, al que había dejado señalado por su falta de interés y ganas, por sus objeciones o por su prudencia, por ser, sencillamente, realista.
¿Cómo se supera tener cerca a alguien que continuamente dice sí a todo, sea lo que sea, porque no tiene ningún sentido crítico?, ¿a alguien que se embarca en cualquier aventura del calibre que sea, con un entusiasmo desmedido y una ilusión abismal, que termina escaqueándose y dejando el trabajo para los demás?
Y, ¿cómo puedes ni siquiera cuestionarle nada cuando es tan sumamente servicial y dispuesta a todo y pone su mayor voluntad delante de los demás, (que no esfuerzo, claro)?
No puedes acusar a esa persona de falsa, porque se cree su propio optimismo. Tampoco de desleal porque está convencida de que su lealtad está precisamente en decir a todo "sí, bwana". ¿Egoísta?, menos, si está dispuesta a todo, ¡qué injusticia sería!. ¿Vaga?, ¡Cómo! ¡Si se embarca en todo!
Cuando la realidad no deja de ser que no da un palo al agua, y el trabajo lo hacen los demás, mientras sólo pone la imagen y...eso, el entusiasmo...
Será que hoy en día es más importante el entusiasmo para que trabajen, y se quemen, otros, que esforzarse un poco en comprender y amar a esas personas que quizá son tóxicas porque tienen o tuvieron a una "sí, bwana" en su vida.
Por si acaso, adapto el clásico refrán "que Dios me libre de las aguas mansas, que de las bravas ya me libro yo" y pido que el Señor me libre de las "sí, bwana", que de las tóxicas ya procuraré encargarme yo como buenamente pueda...



  

miércoles, 21 de junio de 2017

Ignacio de Loyola, por desgracia sólo para unos pocos

Son tantas las veces que las expectativas nos llevan a desengaños, malos tragos y decepciones... Y sin embargo, qué difícil es frenarlas.
Otras veces en cambio, por grandes que sean, acaban superándose con creces y se te queda el alma "de esponjita"... Esto último me ocurrió ayer por la tarde.
Era una historia conocida, un personaje casi de la familia entre oídas y leídas, pero la magia del cine es otra cosa muy diferente.
Un puñado de gente, una tarde cualquiera, una sala enorme prácticamente vacía, compañía casi de familia, podía ser ya motivo para pasar un rato agradable. El único temor era ese, que, siendo la historia conocida, pudiera más bien decepcionar. Había leído alguna cosa sobre ella, pero me preguntaba ¿en qué se habrían centrado más, en el caballero, en el pecador, en el santo? ¿Sería un enfoque ñoño?
Era curioso que en el título ya habían prescindido de adornos.
Yo, que soy poco detallista al visualizar las historias, no conseguía, además, darle un contexto concreto en mi mente.
En cambio, verlo, tenerle ahí cara a cara, en la gran pantalla que tanto sugiere, ponerle imagen y sonido a tantas anécdotas aprendidas, sufrir, no por lo que fuese a ocurrir, pues ya lo sabía, si no por ver si respetaban la historia tal como yo la esperaba,...y que finalmente superase, y con creces, mi posible imaginación, hizo que me fuese metiendo minuto a minuto en la trama, las escenas, la vida, de tal forma que todavía no paro de sorprenderme.
Conocer su vida puede ser una gran ayuda para llegar a Él, hacerlo de la mano de esta película un  gran placer.
Recomendadísima queda, y sin duda para ver más veces. Aunque le pongo dos pegas.
Una, de humor, el olvido de aquello de que era bajito, calvo, un poco cojo y con ojos de risa. En todo lo demás muy logrado, pero se ve que les daría lástima quitarle la gran melena, jeje.
La otra pega sí es una gran pena que me queda. Me parece una película tan estupenda que es una tremenda lástima que no pueda llegar a todos aquellos que, igual ni por el nombre, les suena Ignacio de Loyola, no ya porque no es una "película comercial", como dicen, si no porque sólo la proyectan en un cine que no es apto para todos los bolsillos. Sin duda, para mí han merecido la pena los 8,20€, a pesar de mis muchas reticencias iniciales. Para muchos, por desgracia, ni siquiera será una opción, aún teniendo algún interés, mucho menos para los que si acaso tengan una mínima curiosidad.
Ojalá, con los años al menos, llegue a mucha gente de una forma u otra, aunque sea a través de la piratería. No es que la defienda, pero en momentos como este, perdiéndose algo tan valioso, casi la comprendo...





jueves, 8 de junio de 2017

Culpando al sistema

Desde pequeña he oído eso de que es bueno que haya niños a los que echar la culpa. Es mucho más fácil echar la culpa a los demás y acabar creyéndose esa mentira que reconocer nuestra responsabilidad. Y si además se trata de un ente abstracto, y yo diría incluso vacío, como el sistema, ¡cuánto más fácil!
Leía hace un rato algo así como "¿qué sistema hemos creado que da ganas de llorar en lugar de ganas de aprender?". Y, claro, lo fácil es quedarse con "el sistema". Igual son más de los que me imagino los que se han quedado con la otra parte, con el "hemos creado".
Pero me pregunto si serán muchos los que se plantean qué gran mentira nos hemos formado y nos repetimos hasta aburrirnos impidiéndonos dudar de ella.
Parece como si el mundo se acabase si no apruebas tal o cual examen, si no entras en tal o cual carrera, si no logras tal o cual trabajo.
Parece que no hubiera vida más allá de las expectativas que nos hemos, o nos han, creado. Parece que la vocación es poco menos que un sello que te obliga a hacer sí o sí tal o cual cosa y si no lo consigues tu existencia ya no tiene sentido.
Bueno y ya repetir o "perder" un año mejor ni mencionarlo pues poco menos que se colapsa el universo.
Y no puedo más que sentir una vez más tristeza, ajena, y hasta lástima.
Que un no creyente viva esta vida como si no hubiese otra, todavía.
Pero que además nos empeñemos en no vivir ni siquiera esta vida porque no se acerca a nuestros ideales fabricados... pues eso, ...será culpa del sistema.
Y me da lástima porque son errores que no se pueden ver si no a la larga, cuando las hernias espirituales de tanto esforzarse, de tanto empujarle al mundo, al tiempo, al día a día, a la rutina, para que se muevan al ritmo de nuestros intereses, están ya tan enquistadas que difícilmente son recuperables.
Llega entonces el tiempo de los spas, de las meditaciones, de los gimnasios, tratamientos de belleza, etc., etc., etc., que disimulen el paso, y el peso, del tiempo.
No deja de ser un negocio.
Nos amargamos a nosotros mismos con fantasías alejadas de nuestra realidad más natural, más auténtica, impidiendo que nos aceptemos y amemos como somos.
Nos hacemos inadaptados voluntariosos que luchan a fuerza de fuerza por cambiar en pos de esas fantasías.
Y cuando estamos molidos, cansados, agotados, abrumados, perdidos, nos vendemos esas tantas soluciones para lograr la felicidad que durante toda la vida nos hemos empeñado en alejar o hasta esconder.
Pues sí, va a tener razón esa frase. Hemos creado un sistema realmente absurdo.
Aunque más bien me pregunto ¿no somos nosotros los absurdos al pretender que nuestra vida la marque un sistema? Y lo que es peor, si el sistema es tan malo y absurdo ¿no tiene sentido ser entonces y realmente antisistemas?
Uy, eso me pasa por leer...acabo sonando podemita...







miércoles, 24 de mayo de 2017

Maestros de un universo paralelo

Son de esos momentos en los que millones de cosas a la vez me cruzan, aparentemente desconectadas, por la mente. Y son de esos momentos en los que echaría de menos esa "nothing box" masculina tan inimaginable para mí. 
Pero al final, no dejo de ser yo, de seguir esas miles de conexiones por segundo y, finalmente encontrarles un posible sentido. 
Recuerdo especialmente a aquellos profesores que tuve y por los que tengo claro que si fui buena alumna fue gracias a ellos. En lo que no lo fui, fue responsabilidad mía. 
Qué diferente es percibido esto hoy en día. No sé si es más injusto o no. Sé que me es muy extraño.
Como me es tan tan extraño este mundo, loco quizá, que hemos construido. 
Veo a los niños "aparcados" desde los 3 años en los colegios, "condenados" a vivir así ya de por vida prácticamente. Es lo normal para poder vivir en sociedad, nos decimos muy convencidos. Para poder trabajar, para poder viajar para conocer mundo, salir, entrar y disfrutar, ir al gimnasio, tener una casa, una hipoteca posiblemente, y a Dios gracias, y hasta un perro, y niños... a los que llevar al colegio con 3 años para que vuelvan a repetir la cadena... 
Y por supuesto eso es una vida plena y feliz. (Ya si te toca alguna desgracia o enfermedad es mala suerte y sobrevivirás como puedas).
Y cuando hasta nerviosa me pongo viendo esas avalanchas a diario de padres y niños en los colegios, con las respectivas colas de coches, malos gestos y casi hasta empujones...cuando resulta que no me gustan los perros, ni los gimnasios, ni viajar, ni tener hipoteca, en un mundo que va a una velocidad mecánica e impulsiva... y me acabo topando con que hemos criado jóvenes capaces no ya saltarse un paso de peatones con el coche, si no de bajarse y dar un puñetazo a un anciano, porque le reprocha lo mal que lo ha hecho, causándole la muerte con la caída mientras el joven sale huyendo impasible con su coche...además de que se me caen las lágrimas, no puedo pensar más que me he equivocado de rumbo, de vida, de planeta y de universo...si es que en algún momento hubiera tenido la oportunidad de poder elegir.
¿Qué estamos haciendo? ¿Qué nos estamos dejando hacer?
Y forzosamente vuelvo a mis maestros. Aquellos que sabían ponerse en la piel de cada autor que me explicaban, hasta el punto de hacerme dudar de cuál era realmente la posición que defendían porque de todas parecían estar impregnados y a todas les hacían una crítica. 
No sé que habrá sido de aquel gran hombre, Eleuterio, si aún caminará por estas sendas o disfrutará ya de las eternas. Esté donde esté, mi recuerdo y agradecimiento. 
No sé si lo hago mejor o no, pero sí sé que gracias a él, y a otros tantos, puedo cuestionarme a mí misma, puedo poner en duda cualquier cosa en la que creo y puedo resistirme a una felicidad de mercado, de cadena de montaje y de manual de instrucciones, cuya maldición te perseguirá si no cumples fielmente. 
Me resisto a pensar la facilidad con la que se pueden manipular las mentes desde la tierna infancia y bajo la supuesta bandera de la educación, sea del tipo que sea. 
Mi lucha no es otra que cuestionarme y poder transmitir la importancia de poner en duda hasta el camino por el que circulas, hasta lo que te estoy cuestionando. 
Seguro que es una locura...seguro que moriré en el intento...que la cosecha, tras muchos años sembrando, como mucho dará un manojito de hierbabuena para el puchero. Aún así merecerá la pena. Muchos me han precedido y me han servido de ejemplo. Por ellos, gracias. 

martes, 23 de mayo de 2017

De san Pablo a Nietzsche

No dejan de maravillarme, y descolocarme también, los entresijos de la mente y el corazón humanos, porque supongo que todos funcionan más o menos igual, ¿no?
Hasta eso ya se me pone en duda.
¿Por qué me resulta tan fácil hacer lo que no quiero y sin embargo lo que de verdad quisiera se me hace imposible?
Supongo que en el fondo está el querer sin querer de esa especie de mala uva (la llaman pecado original) inherente que, a poco que nos descuidemos, nos puede acabar corroyendo.
Me gustaría entender, entender esas mentes tan ocultas que hacen lo contrario a lo que el sentido común y la lógica esperarían. Sin embargo, no consigo entenderlas. Y me sorprendo, y hasta me espanto, puesto que también en mí esas extrañas combinaciones las he observado. Y aún así no entiendo.
Me gustaría esperar, no juzgar, no usar la lógica fría y clara en cuestiones donde el corazón no debería mandar, pero manda. Y es el mío el que se deja llevar, en una mezcla absurda, de juicios, cábalas, sensatez supuesta, y emociones tales como la rabia, por no sucederse las cuentas como yo quisiera.
Y acabo en San Pablo, no haciendo el bien que quiero sino el mal que aborrezco. Y hasta en Nietzsche al reconocer, aunque me pese tantas veces, que la vida no entiende de simples cálculos y las acciones no se reducen ni siquiera a complejas fórmulas matemáticas.
Mira que lo sé, que la voluntad pesa tanto más que la razón cuanto más pretende ser razonable.
Que los anhelos, miedos y deseos bordan cada uno de nuestros pensamientos más lúcidos.
Que engañarse es más fácil que asumir cualquier verdad que no sea propia, por nítida que sea.
Que siempre hay intereses profundos que nunca sabremos, y quizá ni derecho tengo a pensarlos siquiera.
Que si es fácil caer en los juicios incluso habiendo sido víctima, cuánto más si sólo te crees abogado o juez.
Que la ceguera se aumenta por segundos cuando te empeñas en que los ciegos son los otros.
Que la pasión casi nunca, por aquello de ser prudentes, es buena consejera.
Y aún así...no dejo de ser una ciega más...y no deja de darme mucha, mucha pena...

martes, 16 de mayo de 2017

Sierva inútil...y ciega

Igual es cierto eso de que una coherencia sin incoherencias no es coherencia realmente.
Y me resuena a aquello de que una vida no es vida si un dolor no ha costado.
Y entiendes, cuando llevas unos cuantos dolores, a aquellos tantos que, con su espalda doblada de dolores acumulados, añoran la marcha y la descarga, entienden la vida como una carga cumplida, pero ya cansada y deseosa del justo premio merecido.
Y resulta, una vez más, que los premios no dejan de ser ficticias invenciones nuestras por lo difícil que nos resulta asimilar que no hay primeros puestos, ni plateas, ni gallineros, y, por supuesto, que la entrada es gratis...
¡Cuántos no se borrarían de un plumazo si se dieran cuenta!
Estoy convencida de que muchos, pero realmente me produce pena.
No dejamos de ser ciegos llenos de contradicciones que, sin ver la puerta a la que nos han llevado de la mano, nos empeñamos en ponerle precio.
Cómo si no fuéramos siervos inútiles, que ni nuestra tarea llevamos cuerdamente a cabo, nos pretendemos postular como administradores idóneos para las que ni sospechamos.
Y nos ponemos en la cabeza de la fila.
Y la vida se empeña en romperla y dejar entrar antes a los últimos.
Como si un resorte extraño funcionase de forma tan tan distinta que saltara al contrario de nuestras maneras.
Y no sé qué es peor, si vivir sin verlo...o verlo y no poder vivir de otro modo que deje de seguir a tanto ciego...



Eligiendo tu voz

Cuántas no son las veces que gustosa cedería a la flojera, a la pereza y a las ganas, para así poder decir que no soy libre, para así poder escudarme de las consecuencias...aunque sólo sea de no cumplir momentáneamente la tarea que me había impuesto...
Pero al final, hasta de las ganas y de la pereza huyes, porque incluso dejando que sean ellas las que tomen las riendas, eres tú quien se las estás entregando...
Y lo mismo con tantas otras cosas, con aquellos valores que oyes predicar aparentemente en el vacío, o aquellos otros reclamos que te pretenden martillear y derrotar con insistencia cansina.
Hay veces que quizá te pueden, te traspasan y, cuando menos, te dan dolor de cabeza.
Hay otras que directamente te chirrían tanto que te suena tan a chino que no sabes si seguir tomándolo en cuenta.
Pero no dejas de ser tú quién verdaderamente deje entrar en tu alma, en tus adentros, en tu parte más honda, más privada, todo aquello que trata de colarse. Porque lo que se cuela al final se delata. Pero lo que tú dejas, lo que tú eliges asintiendo con el corazón, es lo que acaba formando parte de ti, de esa voz que reconoces tarde o temprano.
La libertad de los hijos de Dios, ¡qué cosa más hermosa!
Y lo mejor es que aunque se intente avasallar no se destruye.
Y, a modo de riachuelo, acaba saliendo a flote.
Queramos o no, la conciencia es lo más sagrado e inalcanzable que tenemos.
Existe el peligro de dañarla, manipularla, herirla, y hasta de querer matarla...pues sí.
Pero no deja de ser ese hueco, humilde, hogareño, esa llamita frágil que acaba resistiendo cualquier vendaval, ese trono que Se ha elegido entre tantos posibles... 

miércoles, 5 de abril de 2017

Pasa...aunque no quieras

Supongo que, al final, en esta vida todo pasa y todo se acaba pasando.
Incluso lo doloroso, que parece cuando lo vives que no fuera a terminar nunca..., mucho más lo agradable y placentero...
Supongo que los deseos marcan nuestra vida, pero no la de los demás... y no deja de doler ver a los demás pasando, hasta los que parecían las rocas más firmes de tu propio cimiento. Y sí, claro que duele...,
Pero al final lo importante es que su felicidad de algún modo completa la tuya, aunque no sea a tu lado...
Todo pasa, y todo se pasa...aunque en ti quede la huella para siempre. La duda es si esperar o dejar pasar cuando ves venir ese día a día que se va desvaneciendo...y no puedes hacer nada por evitarlo...y nadie te cree, ni tú misma...y al final pasa...porque en esta vida, todo pasa y todo se acaba pasando... 

martes, 7 de marzo de 2017

El peligro de la igualdad, sobre todo mal enseñada

Y hablando de cuestionamientos... no puedo evitar pensar si no nos estaremos equivocando de raíz.
Por más vueltas que le doy, no entiendo esa manía tan persistente que ha entrado de querer defender la igualdad, insana a mi entender, a toda costa. Entre otras cosas porque no parece que esté funcionando.
Veía hoy en las noticias que en un colegio asturiano leían cuentos pedagógicos para niños de escasos años cuya conclusión era que habían aprendido que "podemos hacer lo que queramos y que todos somos iguales".
Se ve que yo soy muy catastrófica pero más claro no puedo verlo.
¡¡¿¿Cómo vamos a pretender evitar desastres posteriores con esta semilla, que les será repetida indefinidamente??!!
Cuando te repiten años y años que somos iguales, lo más normal es que esperes  que efectivamente lo seamos. Y, lo siento por ir en contra del mundo pero, no es así. No vivimos las mismas experiencias, y aún siendo similares o prácticamente las mismas, cada uno las experimenta de una manera muy distinta. No reaccionamos igual, no tenemos los mismos sentimientos ante las mismas situaciones, no pensamos igual y no tenemos las mismas creencias ni las mismas ilusiones, como tampoco las mismas costumbres, ni las mismas carencias, ni las mismas vivencias. No, no somos iguales. Somos muy muy diferentes, muy peculiares, muy únicos e irrepetibles.
Y precisamente en lugar de enseñar, machacar, repetir, y defender sin hartura el derecho a ser diferentes, la obligación de respetar la diferencia, el valor de ser diferentes, la importancia de complementarnos,... no, nos venden desde la tierna infancia que somos iguales.
Pues la lógica no deja de funcionar por más que queramos, pues, "si somos iguales, tú tienes que pensar igual que yo, esperar lo mismo que yo, hacer lo mismo que yo y actuar, esperar y pensar de la forma en que yo espero que lo hagas, que es la mía, porque somos iguales como me han enseñado desde que tenía 3 años". ¿O es que acaso un niño de 3, 4 o 5 años entiende los diferentes matices de la frase "somos iguales", eso de ante la ley, como personas, en valores y derechos...?
Yo no lo tengo tan claro. Y para cuando puedan empezar a entenderlo...quizá ya lo tengan demasiado asumido.
 Mi lema es muy diferente precisamente porque somos diferentes y tenemos el derecho a ser diferentes y la obligación de respetar que los demás sean diferentes.
Pero claro...ni es políticamente correcto, ni es lo que se lleva...





Cuestionarse

No deja de sorprenderme ver actitudes tan desviadas o desafortunadas.
Desde luego que no dejan de serlo a mis ojos.
Y quizá cualquier otro observador las valora infinitamente mejor de lo que yo pudiera.
Y quizá precisamente por eso me extraña tanto, tanto, que ni siquiera se pueda poner en una mínima tela de juicio, o de duda, o de posibilidad, por pequeña que sea, de ser equivocada.
Y no deja de sorprenderme porque yo cuestiono todo lo que hago y se me ocurre, más de mil veces al día. No aspiro a que eso sea lo que hagan todos los demás. Los extremos no son buenos.
Y precisamente por eso me descolocan tanto el autoaplauso y la autocomplacencia.
Ves, justo ahora me pregunto si no estaré equivocada pensando esto...
Igual debería imitar esas costumbres de darse a uno mismo palmaditas en la espalda y negarse a ver los errores, sean grandes o pequeños. Quizá eso me haría más feliz, y me estresaría menos, me haría ver todo de color de rosa... Uy, será eso, que el rosa nunca me ha gustado.
Tampoco es que me guste vivir estresada.
Pero algo me dice que no es el camino.
Mi extremo no será bueno. El otro menos.
Hace demasiado rígidos pues permite demasiado fácilmente rechazar y criticar al contrario y sentirse por encima, sin cuestionarse lo más mínimo. Y ya he visto que eso en mí es imposible.
Aspiro a que algún día pueda llegar al punto medio, ojalá pronto.

miércoles, 1 de marzo de 2017

A risas con la muerte

Tanto tiempo y regreso inevitablemente de la mano de la muerte.
Quizá sea ella quién me sacó de mi letargo, quién me recordó una tarea olvidada, un anhelo escondido, un deseo marchitado.
Y es en ella en quién me detengo.
¡Qué fría...ausente a la vez que agobiante...descorazonadora a la vez que serena e inquieta...contradictoria sin remedio!...gris...o...bueno, no, amarilla. Sí, un amarillo insano, triste, lúgubre, mortecino, nunca mejor dicho.
Y la acompañamos a fuerza de risas, de chascarrillos y recuerdos burlones de otros tiempos, que yo imaginaba a la luz de los recuerdos que iba oyendo, y que se me antojaban mejores y merecedores de sana envidia.
¡Qué paradoja! Y supongo que por eso me llegó hondo, y a pesar de hacer ya varios días no se me olvida todo lo que me movilizó por dentro.
Cinco personas, tan solo cinco frente a ese tumulto incontable de otros tantos velatorios y ocasiones.
Riendo y recordando viejos tiempos con el alma henchida...
Mirando la muerte como oportunidad y no como castigo...
Son de esos contrasentidos tan especiales que te reaniman...
Es como despertar a la consciencia apagada...y, lo mejor, te devuelven Su aroma...