lunes, 28 de julio de 2014

Instinto...que cambia

Me resulta tan curiosa la naturaleza humana, esa grandeza y esa pequeñez al mismo tiempo.
En un minuto somos titanes y en treinta segundos nos volvemos hormiguitas. ¡Qué curioso es!
Nos creemos ser lo que somos tan firmemente que pareciera que ni un huracán puede movernos, "es lo que hay, es lo que soy y nada me va a cambiar", y cuando menos te lo esperas, no acabas de darte la vuelta y todo ha cambiado y tan radical que poco menos que te deja con la boca abierta.
Supongo que por eso es bueno revisar ideas, prejuicios, afirmaciones tajantes,...y dejar de ser... eso, tan tajantes.
También creo que tiene su sentido, el miedo muchas veces a que las cosas cambien, a cambiar y no reconocernos nos hace afianzarnos aún más en lo que conocemos. Pero ¿qué puede hacer más daño el pensar en cambiar o el cambiar cuando jurabas y perjurabas que no lo harías?
¡Ay la prudencia, virtud tan importante y a veces escasa!
En el fondo también yo temo el cambio y preferiría que eso que tanto me gusta fuese inamovible, pero no puedo evitar repetir y repetirme que lo hará, que ocurrirá, quizá con la esperanza de que después no sea tan repentino y duela algo menos.
Y es que es eso, de titanes a hormiguitas en apenas segundos...

No puede ser fe

¡Qué me cuesta entender que se mate por fe!
No es que yo me considere mejor, ni mucho menos, y precisamente por eso es que no lo entiendo.
Yo que dudo de mí misma cuarenta veces por día, yo que solo tengo claro que Dios existe en mi vida, pero me trastabillo con todo lo demás por muy claro que pueda tenerlo en otros momentos. Yo que soy la inseguridad con patas... precisamente por eso me cuesta tanto tanto entender que se tengan las ideas tan sumamente rígidas, claras y seguras como para llegar a extremos que claman realmente al cielo.
Y más cuando me pregunto, planteo y cuestiono tantas cosas...
La religión es otra cosa, pero la fe...
Al final acabo pensando que no es cuestión de fe.
Seguramente es un juicio injusto, puede ser, pero de otra forma no me cabe en la cabeza ni que se bombardee, ni que se provoque a ello, a niños pequeños y a tantas personas inocentes.
No puedo creer que por fe se renuncie a lo más básico. Me niego a creerlo.
Creo que hay más de orgullo, de cerrazón, y de inseguridad que de otra cosa.
Y seguro que me estaré equivocando, cómo no, por qué no, pero me niego a una fe que en lugar de dar vida la siega de un tajo, sea de quien sea.
La fe tiene que ser otra cosa, es otra cosa. La fe entiende de dudas, de incertidumbre, de reparos, de intentos, de perdón, de camino, de encuentro, de apoyo, de búsqueda, de luz,... pero no de muerte, no de tortura, no de masacre, no de vacío forzado, no de horror.
Al menos esa...es mi fe. 

viernes, 18 de julio de 2014

Calor de verano

No siempre es imposible cambiar de opinión. Cuantos años considerando el verano la mejor estación. Está claro que sí por lo que supone, vacaciones, relax, desconexión, tranquilidad... Pero cuando el calor aprieta, la desidia se apodera, la pereza abunda, y los insectos desagradables revolotean...parece inevitable considerar más agradables esos comienzos de otoño cuando el frío aún no aprieta, o esos finales de invierno cuando aún la primavera no florece. Quizá recordar esos paseos fresquitos, esa calma ambiental, tan lejana en estos momentos, hace añorarla. Ahora, cuando aprieta bien el termómetro y cuando lo más sensato en la mayor parte de las horas del día es estarse a buen resguardo y no moverse lo más mínimo, no queda de otra que soñar con el oasis de otras horas, de esas ya en penumbras que permiten el encuentro, las palabras amigas, el recuerdo y el refresco del alma. Ya que hasta el sueño se ve perturbado y esas ganas horribles de dormir durante el año que pensabas que ibas a poder saciar en verano...pues no, tampoco se cumplen, y los desvelos son demasiado frecuentes.
Será cuestión de cambios, de óptica o de vida. Hay que amoldarse a todo, bueno y malo, pero también desamoldarse...y el calor y sus sofocos también lo recuerdan...

jueves, 17 de julio de 2014

Va de ausencias

Dice el refrán que "hambre que espera hartura no es hambre ninguna".
Y supongo que lo mismo o similar debería ser aplicable a las ausencias. No deberían doler, ni deberían desesperar cuando se sabe bien que el regreso está cercano y la recompensa próxima y definitiva.
Sin embargo no siempre se tiene esa clarividencia para poder mantener la serenidad y la calma.
Hay momentos en los que todo te falta, incluso tú misma. Ni siquiera te reconoces, ni siquiera sabes qué es lo que te falta, pero, eso sí, te falta. Supongo que algo, o mucho, tiene que ver con el control, con la capacidad de ser tú quien moledee todo a tu propia medida, y cuando sientes que eso así no sale, que te desbordas, que desaparece el horizonte, y que incluso tú te pierdes, las ausencias pesan y pesan más que nunca, por más certeza que puedas tener del regreso y de la recompensa.
Mantener la calma, no escuchar a las sensaciones, no hacer caso...las recetas. Pero la realidad se vuelve tan gris que ninguna receta en pleno embrollo parece quedarse en tu mente para poder aplicarla.
Resultado: no puede ser otro que la desconfianza, la desilusión, la desgana, la falta de fe y de esperanza y sobre todo olvidar todo lo bueno, no conseguir recordar tanta magnificencia de otros tiempos. Te vuelves descreída y nada parece ser motivo de crédito, ni las palabras, ni los alientos, ni mucho menos los recuerdos, tan nítidos otras veces y que se desvanecen en tales momentos más que nunca.
¿Cómo entonces salir de ello? ¿Cómo vuelve la calma?
Pues no lo sé. Al fin y al cabo las recetas tienen su parte sabia y todo acaba pasando. Pero al no hacerles caso pues con un dolor y una pesadumbre demasiado enormes.
Eso sí, al final se pasa. Como cualquier otra ausencia, y quizá esta aún más, llega a su fin y "la alegría vuelve a gobernar tu vida", y cuando menos te sientes torpe, boba por no haber creído, por no haber confiado, por no haber esperado, por no haber sido firme en la tormenta, cuando sabes, porque lo sabes, que después de la tormenta, siempre llega la calma...


sábado, 12 de julio de 2014

Desde que te conocí

Desde que te conocí no me atreví a abrir los ojos por miedo a estar soñando. Y ahora a veces me gustaría que fuera un sueño.
Fuiste abriendo paso y poco a poco ganando terreno, un terreno vedado tal vez, y que ahora muchas veces siento haber perdido.
Me fui entregando poco a poco a esa ilusión que parecía débil y quebradiza y que ganó fuerza con cada aliento. Y ahora se me hace demasiado fuerte para vencerla.
Y es que el amor llega y cuando menos lo esperas el dolor se hace presente y el miedo se hace dueño y yo siempre tengo miedo.
A mis años saber que la inseguridad se hace perpetua no es nada agradable. Y hay momentos en los que quisiera huir de ella y de todo.
Pero finalmente la razón, esa baldía, vana, absurda y enredada en recovecos sin sentido, se desvanece toda, y ni el tiempo ni el pasado, ni el futuro ni nada, pueden verse ya con los mismos ojos y de la misma forma.
Te haces necesario, como fiel escudero de aquél que tanto se oculta pero que todo mueve.
Gracias por ello, gracias por todo. Cambiar de óptica no es fácil, y duele, y desconcierta, y me da miedo, y me estanco, y seguiré haciéndolo, pero espero que con vosotros a mi lado...porque ya...no puedo estar sola...

Injusticia en el vacío

Qué triste es sentirse abandonada, desvalida, sola, vacía...
Pero no duele tanto ese vacío como la propia injusticia.
Yo también abandono, yo también dejo, yo también desaparezco.
Y acabo sintiendo ese dolor infernal que te hace querer huir irremediablemente de todo.
Querer escapar y no regresar jamás a nada conocido precisamente porque ya sabes a qué sabe, a qué suena, a qué duele. Y sientes que te controla, te domina, y no puedes salir de ello, solo lloras y lloras.
Y acusas. Acabas acusando y atacando a quien según tú podría o debería salvarte, en lugar de agradecer que cualquier cosa que recibas mucho es porque nada mereces.
Y del abandono pasas a esa injusticia que aún te envenena más porque no te deja olvidar lo poco que vales, lo poco que vale la falta de agradecimiento, el reconocimiento y la gratitud a todo aquello que has encontrado y que no merecías.
Milagrosamente afloja, y menos mal porque llega un momento que hasta crees ahogarte en tus propias lágrimas y en tu propia desesperación, y que nada cambia, que nada se inmuta ni lo más mínimo, que ahí sigues y seguirás de por vida. Hasta que por fin, algo hace que afloje. Es Él, está claro. Pero hasta en eso te extraña, desaparecido tanto tiempo, sin dejar ni un solo hueco ni una sola señal y sin parecer que fuera a hacerlo. Al final cuando la misma vida se te escapa en cada suspiro, el resuello vuelve a tu cuerpo y el aliento recobra la calma. No es que la tristeza se vaya, no es que todo se diluya en la nada, pero algo es diferente, algo es distinto y se ve con otra mirada que si no de esperanza aún, al menos suena a resignación o respiro.
Al final la injusticia te gana, todo aquello que soltaste y que sentías tan hondamente, ahora lo ves diferente, y te da rabia una vez más ser la marioneta en las manos de un vendaval de emociones que te dominan y que ni por asomo tú puedes controlar. Ni sabes cómo, ni sabes cuándo, ni siquiera por qué, pero aparecieron, y también sabes que seguirán al acecho tratando de cargarse lo más preciado. La esperanza, que no lo logren. Mientras tanto, el eterno gracias.