miércoles, 31 de enero de 2018

Buscando causas

No puedo evitar preguntarme qué endiablados entresijos ponen en funcionamiento todo el mecanismo de nuestras emociones, sensaciones y reacciones.
Son tantas las veces que nos enervamos y soliviantamos ante realidades que otras veces no dejan de parecernos nimiedades que sorprenden, cuando menos, esas otras veces en las que otras causas más merecedoras de lucha nos dejan impasibles viendo cómo somos injustamente tratados por ellas, nosotros o los demás, sin mover el más mínimo músculo y sin provocarnos la más mínima pasión o sensación de afrenta.
A veces el más mínimo gesto, palabra, o acción, por sutil que sea, destapa nuestra caja de Pandora irremediablemente, haciendo que el pobre ejecutor sufra nuestra ira, nuestros reproches, nuestra batalla en defensa de esa justicia quebrantada que hemos padecido.
Otras, tantas, la injusticia a ojos de un neutro observador puede parecer considerable y nos quedamos indolentes observando pacíficamente cómo pasa el tiempo ante nuestros ojos asumiendo sin más el triste devenir de los procederes afectados.
¿Qué es lo que activa el engranaje? ¿Acaso un sentimiento de simpatía, antipatía, apego o desapego? ¿Acaso depende de la alimentación del día en cuestión? ¿Pueden ser los recuerdos los que movilizan toda nuestra caballería de argumentos y quejas? ¿Será cuestión de subconscientes y de pulsiones escondidas? ¿O una sutil conexión de emociones que acaban acumulándose hasta que, sin entender cómo ni por qué, acaban estallando? Pero, ¿qué las activa?
Supongo que conocer las causas nos llevaría, tal vez, al control, de la misma forma que la válvula de presión permite liberar esta en el momento oportuno evitando males mayores.
Y por más que se anhele ese control, la experiencia no deja de mostrar que, como mucho, podemos ser espectadores del estallido del artefacto, pero difícilmente llegaremos a conocer las entrañas...
Pero por soñar y preguntar ¿qué se pierde?










martes, 2 de enero de 2018

Esperanza que arde

Arden los muros del tiempo, azuzados por el combustible de la indiferencia.
Y sucumben en su interior las verdades, que silenciadas no pudieron salir afuera.
Siente la culpa que ni siquiera es protagonista, pero boicotean sus pisadas
para hacerla responsable de algo tan externo y ajeno que ni siquiera recuerda.
Y es el tiempo, una y mil veces, causante y excusa, temor y anhelo, dolor y deseo.
Y se mancha de dolor cualquier recuerdo y se le prohíbe hasta mencionarlo.
Pero ni siquiera la traición hace del todo mella, solo el engaño, el sueño herido.
Cuántas veces soñaba que sería imposible, cuántas veces lo creía absurdo.
Y cuando empezó a soñar, a creer, a esperar, fue entonces cuando recibió el tajo.
Una herida, no del orgullo, no de la fuerza, ni siquiera de la ira, sino de la esperanza.
Jamás había sentido tan claro el dolor de la esperanza, goteando entre los dedos.
El desánimo podría reinar, la tristeza alumbrar el camino, la pena y el dolor acompañarlo.
Pero que la espera que había anidado saliera huyendo a la par que dejando su huella,
es el dolor más tremendo de cualquier herida abierta que se niega a ser tapada.
Y, solo y siempre, el tiempo se presenta guardián y juez implacable.
El futuro, la agonía; el pasado, el testimonio para no olvidar la ceguera.
El miedo, el enemigo acechante. Y solo el amor se queda.
El suyo, el de verdad, el único, el que aguanta desaires y ofensas,
el que espera y cree, y confía a pesar del abandono, el que abraza y recompone
a pesar de las heridas, el que luce en la oscuridad de la decepción más negra...