Es raro el día que no te arrancan una sonrisa, de esas asesinas, que tanta rabia te da que te domine, pero que al final, pues sí, te controla. Ese momento en que sientes que la rebeldía será absurda o no, pero es la única respuesta que te nace, y que al final también ahogas porque sabes que será peor que la inacción.
Es difícil no olvidar el propósito y deseo de ser firme y fuerte ante los vaivenes. Pero también el deseo se corta, y la fortaleza no puede ser otra que la de dejarte golpear, y a eso no siempre estoy dispuesta.
Se me olvida con demasiada frecuencia la tercera manera de humildad que tan bonita es y tanto querría pero tan tan imposible se me presenta cuando es el amor propio el que sale herido o es el propio gusto y la propia comodidad la que hay que sacrificar para que pueda el deseo salir a flote y seguir adelante.
Da rabia ver que en tus manos los minutos pasan y no cambias ni un solo centímetro de la larguísima historia de recelos, temores y ganas de ser la protagonista de ese ansiado y maravilloso milagro que parece escaparse y hacerse eternamente perseguido y por tanto imposible.
Y sin embargo, lo sabes, lo sabes y lo deseas, y a pesar de todo, a pesar de la rabia, la impotencia y a veces hasta el desánimo ante tanta incoherencia ajena y propia, se mantiene. A pesar de la fuerza que te supone, o no tanta porque es fácil dejarse llevar por el momento gris y el desfogar cómodo y rápido, a pesar del hastío de ver que cada día no deja de ser reflejo del anterior, sientes que es y está. Es apenas un reflejo. Es pequeño. Es débil. Es discreto, muy discreto. Pero está. Y a pesar de todo lo sientes y lo sabes.
Lástima que no deje que aflore o que lo esconda con tanta arrogancia. Esperanza de que algún día germine y realmente pueda fraguarse ese deseo mantenido a pesar de los pesares y de las comodidades.
Dejarse...eso que cuesta tanto, arrancar y crecer...solo es dejarse, y a pesar de todo, quisiera...quiero...