sábado, 26 de agosto de 2017

Endeudados y ciegos

Estamos enfermos de soberbia, ciegos ante tanta deuda como cargamos...
No creo que haya nadie que viva sin ningún tipo de deuda económica. Pero es fácil sentirse autosuficiente y reclamar como propio el derecho a sentirse fuerte cuando ha pagado su factura, su cuenta, su hipoteca, o lo que sea.
¿De qué se va a sentir agradecido si es algo que ha logrado por méritos propios, y puede que hasta con el sudor de su frente?
Supongo que difícilmente uno se puede sentir agradecido si no reconoce tener esas otras deudas que por más que luche no podría pagar.
Estar o no estar en el mundo, sea más o menos agradable, es algo que nunca podrá saldarse. Lo mismo que morir o no en determinadas circunstancias, poder respirar, tener salud, familia, amigos,... Y otras muchísimas que pasan desapercibidas porque nos sentimos con derechos, caídos de no sé dónde.
Que te saluden, y más si es amablemente, que te respondan, con cortesía o sin ella, que te dejen pasar, en un estrechamiento por ejemplo, que te sonrían o te traten bien,... Y así un sin fin.
Son normas de civismo, de urbanidad, de educación. Se pueden llamar como se quiera, las podemos exigir como queramos y amenazar con las sanciones que queramos, pero no por eso dejan de endeudarnos.
No, no es exagerado. No lo es desde el momento en que alguien que puede tratarte mal, sin embargo, no lo hace. Alguien que puede ignorarte, te atiende, alguien que puede hacer cualquier otra cosa te ayuda, te sonríe, te acoge, o lo que sea. Desde el momento en el que vivimos en un mundo de libertad, de opciones, de múltiples variables y posibilidades, que ocurra algo y no lo contrario, fuera de tu control se vuelve motivo de agradecimiento.
Porque no, no todo se paga con dinero ni se consigue a fuerza de voluntad.
La pena, también en esto la hay, es que vivimos creyéndonos merecedores, dignos de todo lo bueno, no de lo malo por supuesto; sujetos eternos de derechos, olvidando que fueron logrados por otros a cambio de su dolor y sus vidas; incapacitados para reconocer la grandeza, nuestra pequeñez y necesidad de los demás.
Sólo desde ahí puede surgir la humildad que lleva al agradecimiento, la igualdad, el respeto.



jueves, 17 de agosto de 2017

Triste existencia

Está ese dicho que anima a disfrutar el momento porque cuando se tiene juventud no se tiene dinero, cuando se tiene dinero no se tiene tiempo, y cuando se tienen ambas cosas lo que no se tiene es juventud. 
Y solemos mirar a nuestro alrededor, o a través de las noticias, sintiendo lástima, cuando menos, de todos aquellos a los que pensamos que les falta algo para ser felices. Nos da pena aquél que está en paro, o aquél otro que se encuentra discapacitado, o enfermo,... 
Por nada del mundo querríamos estar en la piel de los que pasan fatigas, pobreza, miseria... Nos parece imposible pensar que en ninguno de esos ámbitos pueda haber un atisbo de felicidad o ilusión. 
Sin embargo, si te paras a mirar de nuevo, a reconocer, con otros ojos, caras concretas, situaciones concretas de cada una de esas grandes desgracias, rara es la vez en que no te sorprenden con una paradoja enorme. 
Ya lo dice otro refrán: "no es más rico/feliz el que más tiene si no el que menos necesita". 
Son de esas paradojas que tanto gusta usar Jesús en el Evangelio y que, como tales, tanto desconciertan, o molestan. ¡Menuda tomadura de pelo nos resultaría una dieta que nos dijese "si quieres adelgazar dedícate a comer sin parar"!
Pero con esos otros ojos, esa forma con la que solemos mirar se vuelve muy distinta. 
No es triste esa vida a la que creemos que le falta algo, sea salud, dinero,... 
La vida, ...esa que es más común de lo que parece si miramos despacio y con sinceridad, a pesar de que parezca del montón y se esconda en mil disimulos, supuestos anhelos, necesidades y pasatiempos varios,... esa que tiene de todo,... a la que no le falta nada de lo que, supuestamente, le faltan a otras para ser feliz, esa sí que es una existencia triste, desgraciada, digna de lástima. 
¿O acaso puede haber algo más triste que tenerlo todo para ser feliz y no serlo?






miércoles, 16 de agosto de 2017

Que Dios me libre de las "sí, bwana"...

Sigue estando de moda ese ataque y desprecio a las, llamadas, personas "tóxicas".
Sí, es innegable que, cuando menos, es triste y hasta desesperante, tener cerca una persona que desconfía por sistema, reniega, se presenta como víctima, es pesimista, envidiosa, etc.
Sin embargo, puedo imaginarme rebelándome contra ella, cuestionándola, sintiendo lástima, tratando de ayudarla, tratando de defenderme, o incluso ignorándola.
Lo que no consigo es enfrentar y sobrevivir a esas personas positivas hasta el extremo. Las disponibles, en teoría, para todo, optimistas hasta lo irreal, motivadas y entusiastas de todo hasta aburrir, las que yo llamo: las "sí, bwana".
Ese tipo de personas que vendería hielo a un esquimal de puro entusiasmo, pero que a la hora de la verdad...bueno, no pudo ser... y deja el trabajo duro al que no era tan optimista, al que había dejado señalado por su falta de interés y ganas, por sus objeciones o por su prudencia, por ser, sencillamente, realista.
¿Cómo se supera tener cerca a alguien que continuamente dice sí a todo, sea lo que sea, porque no tiene ningún sentido crítico?, ¿a alguien que se embarca en cualquier aventura del calibre que sea, con un entusiasmo desmedido y una ilusión abismal, que termina escaqueándose y dejando el trabajo para los demás?
Y, ¿cómo puedes ni siquiera cuestionarle nada cuando es tan sumamente servicial y dispuesta a todo y pone su mayor voluntad delante de los demás, (que no esfuerzo, claro)?
No puedes acusar a esa persona de falsa, porque se cree su propio optimismo. Tampoco de desleal porque está convencida de que su lealtad está precisamente en decir a todo "sí, bwana". ¿Egoísta?, menos, si está dispuesta a todo, ¡qué injusticia sería!. ¿Vaga?, ¡Cómo! ¡Si se embarca en todo!
Cuando la realidad no deja de ser que no da un palo al agua, y el trabajo lo hacen los demás, mientras sólo pone la imagen y...eso, el entusiasmo...
Será que hoy en día es más importante el entusiasmo para que trabajen, y se quemen, otros, que esforzarse un poco en comprender y amar a esas personas que quizá son tóxicas porque tienen o tuvieron a una "sí, bwana" en su vida.
Por si acaso, adapto el clásico refrán "que Dios me libre de las aguas mansas, que de las bravas ya me libro yo" y pido que el Señor me libre de las "sí, bwana", que de las tóxicas ya procuraré encargarme yo como buenamente pueda...